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Hace rato se advirtió que el cansancio no es propiedad ajena y que la burla erosiona la dignidad. Pero en lugar de escuchar, gritaron “open bar”. No solo la inmunidad parlamentaria mutó hace varios lustros en impunidad, sino que, también, hizo nicho al autoritarismo que, desde esa tribuna, asalta a la sociedad civil.

Los diputados nacionales, distraídos en las diversas posibilidades y formas de enriquecimiento personal dejaron de descubrir lo que otros, en otras partes del mundo, conocen: la sociedad civil está íntimamente asociada con la justicia social. Como bien ha observado Douglas Rutzen: “Con la caída de la muralla de Berlín, el advenimiento del internet y el resurgimiento de la sociedad civil, se permitió la interrelación de los desarrollos políticos, tecnológicos y sociales que traería una era de empoderamiento cívico”. Una voz de alarma se escuchó viralmente entre los estilos autoritarios de gobernabilidad. Entonces se creó la “administración de la democracia”, al mejor estilo de cinismo de Putin, que no fue otra cosa que administrar la sociedad civil.

Los diputados panameños que aprovechan el concepto de la separación de los poderes para gobernar, han secuestrado en los últimos siete años, al Ejecutivo, al presidente de la República. Y son tan hábiles estos diputados que, ante crisis como la que hoy ha estallado, se lavan las manos como Pilatos, abusan de las palabras y los tiempos, y quien queda embarrado de sangre, dolor, destrucción, luto y más pobreza es, precisamente, el primer mandatario. Es el precio de ignorar la historia, de olvidar prematuramente el pasado inmediato, de hacerse de horribles compañías y compañeros políticos y civiles con onerosos prestigios y vulgares privilegios.

El ministro justifica nombramientos por miles, aún en las últimas semanas, con la cínica aseveración de que todos trabajan porque sabe que el contralor partidario no investigará.

La economía y las finanzas del país no son hoy el solo producto de la costosa pandemia en vidas humanas y propiedades, ni de la salvaje y sagaz invasión de Rusia a Ucrania. No, esas son excusas casuales. Y así lo percibimos -porque probarlo en cortes no podemos- todos los que somos testigos del enriquecimiento inmoral de los amigos y partidarios durante la pandemia, con las compras de equipos médicos y construcciones de estructuras sanitarias a precios que solo se pueden ocultar con un estado de sitio. Allí tenemos la respuesta sorda de los diputados para la creación clientelista de corregimientos, la equiparación de sueldos por funciones similares, pero no iguales, para una rectoría amiga a quien se le debe, además, la posibilidad de su reelección y sostenida para honrar pretensiones laborales y títulos universitarios, todo haciendo caso omiso a los legítimos argumentos de estudiantes y profesores. Como si fuera poco, el ministro que justifica nombramientos por miles, aún en las últimas semanas, con la cínica aseveración de que trabajan porque sabe que el contralor partidario no lo investigará.

¡Y aparece austeridad! Austeridad está en deuda de tres años. Exigirnos austeridad es un despropósito. Volvernos a robar. Austeridad le exigimos nosotros al gobierno, que no es recorte de gastos, sino de asaltos al erario. Queremos que nos devuelvan la plata para gastarla. La plata que dejará de recibir el fisco por un montón de años, por un montón de millones de balboas, por socorrer y sacar de la pobreza a cuatro millonarios. Queremos que manden a destilería a todas las botellas, que devuelvan el trabajo comunitario para ocupar cárceles con los privilegiados que no llegan a probar su inocencia, que podamos gastar mejor los salarios bien ganados y que se pueda ampliar el mercado laboral en la empresa privada, no en garrafones clientelistas en el servicio público. La austeridad que quiere para nosotros el gobierno profundizará la crisis; la austeridad debe estar en la administración de nuestros dineros.

Y la otra ocurrencia es otra mesa de negociaciones, de diálogo, de distracción y enfriamiento, cuando lo único frío ahora es la caldera que hierve. Se ha perdido la confianza en el gobierno y el origen está en la pobre decisión de gobernar para solamente algo menos que un tercio del electorado que los favoreció, favorecer cuanto malhechor se aparece con un negocio, pagar deudas electorales, negociar la voluntad popular con promesas falsas, restregar en la cara el jabón que ni siquiera les lava la propia. La pobreza cognitiva, el profundo desconocimiento de la filosofía política y moral, como de la ética, y la inmoralidad y vulgaridad de sus voceros no son invisibles, empezando por aquellos que se visten de blanco una vez cada año. Y, entre ellos, los más elocuentes payasos con poder e inmunidad, se mantienen ahora callados, para que ni siquiera sospechemos que aún viven como responsables del cierre de las calles y la libertad de tránsito, de las carreteras bloqueadas, de los alimentos podridos o desabastecidos, de los comercios vaciados, de los incendios callejeros, en fin, de la indignación popular, mientras para ellos hay “open-bar”.  7/14/2022

Publicado por el diario La Prensa de Panamá

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