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Los maestros de Veraguas, la de Urracá y el Cerro Tute, pararon al final de la primera semana del mes de julio, como respuesta a la conocida agnosia verbal de los funcionarios –a quienes se les dificulta comprender el lenguaje oral, lo que explica la incapacidad para hacer propuestas con oportunidad, certeza y decencia– y a la negativa de las autoridades a reunirse con los docentes que iniciaron el movimiento. La respuesta nacional de los maestros fue marchar con pancartas y estudiantes hacia la Asamblea Nacional, donde pasan agachados hace rato los progenitores del asalto al erario, usualmente locuaces, prepotentes, mal educados y vulgares, inmunes e impunes siempre, protegidos en esta administración contra el control debido, por la institución que les adeuda su dirección. “El que no se atreve a luchar, no merece enseñar”, enseñaban los docentes, quienes, entre cosas nada sofisticadas, sino del consumo diario, denunciaban y protestaban por el alto costo de la gasolina y de las medicinas, por el desabastecimiento de estas, los nombramientos de personal, los salarios adeudados y una canasta básica cada vez más cerca de generar desnutrición a niños y adultos.

Se extendió el malestar y la solidaridad con el movimiento a la provincia de Chiriquí y Coclé resultó escogida para una de las mesas –luego conocimos de la proliferación de mesas al mejor estilo de “arreglo contigo y después veo con quién otro”–, cuando la iglesia católica se ofreció para mediar y ofrecer su facilidad en Penonomé. Hervía ya la mesa única que resultó ser de único interés de gremialistas bien organizados, quienes destrozaron, por sus desconocimientos, a algunos funcionarios, desde ministros hacia abajo. La carretera Panamericana se mantuvo cerrada, con la parálisis usual del ministro de Obras Públicas y contra compromisos entre naciones de no permitirlo; los pasajeros nacionales y extranjeros llegaban a la terminal 2 de Tocumen arrastrando sus pies y sus maletas; la organización sindical que siempre reclama hegemonía y no produce votos fue haciendo metástasis del desorden y cierre de calles y, curiosamente, las manifestaciones feroces se tomaron la ciudad de Panamá, pero respetaron los predios de la Asamblea Nacional, de la Presidencia, de la Contraloría y de la Procuraduría de la Nación, los hornos por tantos años de la burla a las promesas electorales, a la justicia, a la institucionalidad y a la debida administración de los bienes públicos.

Esto es algo que debe resolverse con reformas a la Constitución prontamente, porque ser el presidente del 30% de la población que elige no es ser el presidente de todos los panameños y no confiere legitimidad.

Una y alguna otra vez, el primer mandatario apareció a contar historias. El lenguaje anecdótico del presidente revela su urgente necesidad de parecerse más al general Torrijos, olvidando que con traje de gala o con traje de fatiga, a este ya lo desaparecieron de las filas del PRD y que, con ello, se inició la fuga de preclaros fundadores y otros no muy claros. Tampoco reconoce que fue elegido por algo menos que una tercera parte de la población electoral y que hay arriba del 60% de las gentes que no son ni PRD ni torrijistas, porque de eso se han encargado sus diputados, expertos en el secuestro del Gobierno y del Estado, y el tristemente célebre pasado administrador del país. Esto es algo que debe resolverse con reformas a la Constitución prontamente, porque ser el presidente del 30% de la población que elige no es ser el presidente de todos los panameños y no confiere legitimidad.

A estas alturas, bajar el costo de la gasolina, congelar los precios de alimentos nacionales y, entre ellos, los de la canasta básica para recetar arroz con atún, hacer recomendaciones pingües sobre los medicamentos –a lo que no le falló la enfermiza propaganda gubernamental dizque solidaria, con el irrisorio nombre de MedicSol–, con una política brutalmente segregacionista, que no soluciona nada y sigue protegiendo desmanes e injusticias sociales, y derogar las leyes de incentivos turísticos a sus amigos, dejó de ser urgente. Ahora, dicen algunos de los que tempranamente se agregaron al movimiento magisterial de principios de mes en Veraguas, que hay que preguntarse por enésima vez qué país queremos tener y emergen preocupaciones lógicas entre quienes no se han agregado antes y lo quieren hacer ahora, que interpreto como: ¿acaso uno que se parezca a Venezuela, en su abundancia; a Nicaragua, en su respeto a las libertades, y a Cuba, en su nacionalización de la mentira? Ya tenemos otra preocupación, la de parecernos a la Colombia de los años 80 –”la década del terror”–, cuando el narcotráfico se tomó las instituciones ejecutivas, legislativas y jurídicas de entonces.

Perdida la confianza en el gobierno, se hace imposible la gobernabilidad.

La malicia indígena tiene su lecho en su inteligencia, que se nutre en un cerebro resistente al hambre, a las enfermedades, al abandono y a la ignominia, a la burla, al insulto y al palo. Lo que falta a no pocos con saco y corbata, con olores de colonias francesas o perfumes españoles y joyería suiza, con ínfulas de poderosos porque los señaló el índice presidencial o partidista, le sobró a quienes prepararon el arroz con tuna para almorzar en la mesa única. Tan elocuente como la Última Cena: “entre nosotros hay uno que nos va a traicionar, quizá más de uno”, y tan oportuno como una bofetada.  7/29/2022

Publicado en el diario La Prensa, de Panamá

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