La atención a los servicios del médico suele resumirlos el paciente al tiempo dedicado a la consulta clínica en el consultorio.
En la práctica privada, el médico atiende entre 10-15 pacientes diariamente, aunque los hay que manejan 20-30 pacientes en un día. En la práctica pública, el médico tiene 15 minutos para cada paciente, 32 pacientes en 8 horas, o el mayor número de pacientes en el menor tiempo. El ejercicio de la práctica médica se mueve entre la atención cuidadosa del enfermo (atento a escuchar) y la productividad (medida en costos y beneficios económicos). Con esto, usted puede intuir que una cosa obstaculiza la otra.
Sin embargo, el médico privado suele estar más ocupado que lo que estos números sugieren. Esos mismos 10-15 pacientes siguen consultando ese mismo día de la visita al consultorio y los subsiguientes días. Además, el médico tiene que evaluar resultados de exámenes de laboratorio e imágenes radiográficas, resolver consultas sobre los efectos adversos de las medicinas y procedimientos o de las vacunas, sobre otras inquietudes que nacen de las voluntarias opiniones de vecinos y amigos, o de sus lecturas en Google. En la práctica pública, ciao.
No existe duda alguna que la presión sobre el médico para cumplir con la disposición de ver un número predeterminado de pacientes por hora, como la orientación económica del profesionalismo médico en la práctica privada, comprometen la calidad y la calidez de la relación médico paciente, la satisfacción del enfermo, la certeza del diagnóstico y manejo, los riesgos de complicaciones y favorecen el burn-out del médico. En el siglo XXI, nos dice Byung-Chul Han, la sociedad ya no es disciplinaria sino de rendimiento, y los sujetos ya no somos obedientes sino sujetos de rendimiento. Mientras la sociedad disciplinaria es una de prohibición de mandatos y de leyes, la de rendimiento es una de poder, de producción, que “induce al individuo a la iniciativa personal” (una forma de “libertad paradójica”) y produce depresión, fracasos y agotamiento laboral o burn-out, tampoco extraño a los médicos por motivos no solo de horas de trabajo sino de trabajos mal remunerados.
En la práctica privada, el médico atiende entre 10-15 pacientes al día, aunque los hay que manejan 20-30 pacientes en un día. En la práctica pública, el médico puede tener 32 pacientes en 8 horas.
El cuidado médico eficiente requiere y exige mayor tiempo durante el encuentro con el paciente. En una institución pública no se asegura la eficiencia clínica si no se tienen suficientes médicos para el número conocido de pacientes que se tienen que servir. No se debe permitir operar al 100% o más de capacidad con tal de mejorar ingresos o “despachar” pacientes. ¿Quién puede predecir una demora superior con un paciente por razón de una complejidad o un atraso para ver pacientes citados, por una urgencia médica o quirúrgica?
Es cierto que los costos de la medicina han escalado muy alto, incluso, por encima de los salarios o de los honorarios de los médicos, y la presión de administradores y juntas directivas priorizan productividad sobre atención y satisfacción del paciente. Medir “productividad” como un sinónimo de buena atención es una peligrosa iniciativa en los dos escenarios, el público y el privado, porque todo lo que mide es cuánto contribuye el médico a los ingresos y ganancias de la institución o de la práctica de grupo. Premiar a aquellos médicos con menos excusas médicas por enfermedad es otro riesgo de medidas administrativas, cuando se conoce que mantener fuera de la consulta al médico enfermo protege a sus pacientes de enfermarse.
Esta conducta utilitarista de productividad tiene cuestionamientos éticos. No son pocas las ocasiones que el médico manda laboratorios y medicinas innecesarias que él conoce que lo son, mientras sus pacientes suelen creer que ese médico es más cuidadoso. Cuando lo hace como forma de compensar por el pobre tiempo que le dedica a escucharlo, a hacer una historia clínica y un examen integrales, ese médico le falta a la autonomía del paciente, le falta al respeto que se le debe para compartir la decisión en el manejo. Ocurre a menudo en los cuartos de urgencias, donde un rosario de exámenes y antibióticos innecesarios y nocivos son ordenados con un automatismo irracional.
Cuando la restricción de tiempo no permite al médico comunicar para un consentimiento informado, discutir con generosidad y educar, o dar apoyo emocional, entonces se aparta del principio de beneficencia en la relación con el paciente, quien, si conociera lo que le ocurre, podría beneficiar el cumplimiento del manejo. Y qué decir de la discriminación que sufren los pacientes por razón de lo limitado de los beneficios de sus pólizas de seguro, lo que potencia la disparidad de la atención de la salud en la comunidad y una desmejorada atención.
Es tiempo para que la eficiencia se reenfoque en la eficiencia ética. ¿Cómo hacerlo? Vale otra discusión.
Publicado en el diario La Prensa, de Panamá, el 24 de junio de 2022