- Ago 3, 2022
- Pedro Vargas
- La Prensa
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Cuando termine de escribir estas letras, ¿el país habrá cambiado de manos? ¿Serán las mismas manos, cuya artesanía le da molde, no al barro de la quincha embellecida, sino al lodo que, ladera abajo, arrastra con todo lo construido? ¿Las manos ocultas de internacionales agendas e iniciativas o de astutos autores nacionales que practican la autofagia?
Cuando la Asamblea Nacional nombra como empleados en sus impenetrables recintos de gruesos bloques de concreto y acero a 1,543 nuevas personas, en los momentos que los empresarios cierran sus negocios y empresas por quiebras, aún las otrora más promisorias, no se diga de las de humildes trabajadores con tres horas de sueño cada día, este encuentro no resulta en otra cosa que un odioso desencuentro.
Cuando el escándalo es lo menor que puede producir el vulgar y morboso salario que se autodetermina una rectora, necesaria para otorgar privilegios al analfabetismo y a la corrupción, su cumpleaños lo utiliza para darle una bofetada a los estudiantes que le adversaron esas pretensiones, confiados un día en que el presidente de la República no participaría de tal desfalco moral.
Cuando el Ejecutivo sanciona una millonaria desviación de dineros, como incentivos fiscales al turismo, que solo beneficiará a cuatro deudores de campaña, y aumenta la deuda que tendremos que asumir, ese mismo Ejecutivo promete, semanas después, una reducción del 10% de sus planillas, 10% que solo afectará a los hombres y mujeres de escoba y trapeador.
El despojo de la honra es tal, que el presidente de la Asamblea, como “monaguillo del clero”, va a confesar su culpa, ya no arrodillado sino sentado en una butaca, que chilla mientras se burla de tal acto de contrición, que viene del mismo que anunciara la apertura del bar, borracho de poder y gloria aquel día que lucieron de blanco, Ali Babá y los 40 otros, antes de cumplir las primeras mil y una noches de asaltos y despilfarros.
No podemos resolver las dificultades del agricultor panameño apoyando un tranque descomunal por semanas que les pudre sus productos en el camino. La escalada de los precios de la gasolina no es solo el producto de una guerra insolente de un país invasor, que tiene en Latinoamérica el apoyo de Venezuela, Cuba y Nicaragua, pero tan grave como eso es el silencio cómplice de líderes estudiantiles y gremiales, quienes ahora están en las calles nuestras destruyendo y en franco vandalismo verbal. En lugar de cerrarnos calles y pasos en las ciudades, a quienes estamos de acuerdo y también las hemos voceado con las denuncias de corrupción y burlas, ¿por qué no bloquearon los accesos a la Asamblea Nacional, con su enormes mulas y camiones con gasolina o cemento, frente a la Contraloría, en los alrededores de la Presidencia de la República, de la Procuraduría de la Nación y de la Corte Suprema de Justicia? Si estamos cansados de los desmanes del gobierno y sus funcionarios más visibles de esta debacle, allí debieron aparcar los carros cisternas.
No nos sorprendamos de conocer que los medicamentos constituyen un porcentaje significativo del total de los costos médicos. No conozco las cifras, pero en las conversaciones con los pacientes de consulta ambulatoria, este porcentaje supera, no en pocas ocasiones, el 20% o más de los gastos de una consulta. La educación médica tiene que puntualizar la enseñanza sobre el uso apropiado de ellos, aunque esto tome más tiempo del que tienen disponibles las gentes para resolver.
El altísimo costo de las medicinas no es un asunto nuevo. Tampoco es un asunto fácil de resolver, a no ser que se ejecute sin temores a litigios largos y también costosos. El problema no es solo nuestro, pero eso tampoco es un alivio reconocerlo, pero la solución no puede esperar mucho tiempo. ¿Cuántas personas no toman sus medicamentos como han sido prescritos, por no poder comprarlos? ¿Cuántos solo toman la mitad o una tercera parte de la dosis recomendada para que le alcance para el tratamiento sugerido? ¿Cuántos ni siquiera las compran porque no pueden y cuántos compran otro producto que se les ofrece a cambio? Y, si esto ocurre con un medicamento, ¿qué de aquellos seres humanos que tienen que ingerir tres y cuatro medicamentos diariamente y no los encuentran todos en un mercado desabastecido, porque la institución de seguridad social no los compra o no los ha pagado, aunque luego señale que los proveedores son los que fallan, o porque el distribuidor prefiere quedarse corto en volumen ofertado, a que le sobren y no los coloque en los anaqueles de las farmacias privadas? De hecho, ya las gentes han perdido la confianza en el gobierno para solucionar este asunto.
“Tener que hacer fila para recibir un servicio de salud, no es recibir un servicio de salud”, ha dicho el magistrado presidente de la Corte de Justicia de Canadá. “Se bajó el precio de la gasolina a $3.25″, no quiere decir que se solucionaron los reclamos de los ciudadanos a la repetida burla y asalto al erario. Hay que remover funcionarios, hay que cercenar planillas clientelistas, el gobierno tiene que apretarse la cintura cueste lo que cueste. El odio es frío y la gente está en la calle. 7/212022
Publicado en el diario La Prensa, de Panamá