Hace ya varios años, un club social de la ciudad sugirió a sus socios, como tema para conmemorar ya no recuerdo cuántos años de su fundación, que se expusieran fotografías relacionadas con la institución. Se me ocurrió irme a la estructura en ruinas que fue, del otro lado del mar, y, a través de lo que fuera un lujoso ventanal que aún guardaba el rumor de las olas, apuntar mi lente teleobjetivo hacia el sitio donde ahora se levanta su actual hogar. Recuerdo que mi fotografía incluía las vetustas y derruidas paredes que le daban origen y soporte a lo que un día tuvo vidrio y marco, que aún “suspiraban sal”.
“¡Qué fotografía tan fea!”, le oí exclamar a una visitante a la exposición de las varias fotografías que se hicieron entonces. El “flexible criterio empírico del gusto”, del que hablara Susan Sontag, se abrió camino con la misma fuerza que la imagen criticada, como fea. Y es que el buen gusto es tan personal y tan ajeno, que solo existe efímeramente, hasta que otro experto mueve las miradas y los murmullos en la dirección contraria.
La fotografía es el arte de ver lo que otros no ven, de mirar más allá del olfato, de hacer permanente lo efímero, lo que pasa y no regresa. Hace poco y con varios lustros de aquel impulso mío, vi premiada una fotografía inspirada en los mismos escombros que la mía. A veces pienso que son precisamente esas piedras sobre piedras muriendo como polvo, deformadas por el tiempo, la brisa y la sal, que se derrumban o que aún se mantienen retando al tiempo, el abandono y la ignominia, lo que el turista adora y busca en La Habana. O sea que, la imperfección, la fealdad, tiene su belleza, la estética japonesa del wabi-sabi.
No solo los médicos nos apartamos de mucho de lo que nos compete íntimamente, ya sea el trabajo o la familia, y ni eso lo reconocemos a tiempo para corregir.
Hace cuatro días conversaba con un colega mientras tomábamos un descanso durante el almuerzo, de lo limpia y homogénea de la luz después de la lluvia y cómo parecían lanzas para rasgar el azul del cielo, las edificaciones vecinas al hospital, que nos han dado cédula de modernidad y progreso. Me comentaba que nadie miraba hacia arriba, que solo veíamos, y a veces ni eso, el camino por donde andábamos de prisa y sin compenetrarnos en nuestro derredor. Él hacía una crítica a la forma de vida que llevamos los médicos, embebidos o no en la enfermedad y las molestias físicas de los pacientes, sin tiempo para aprender de ellos ni del mundo. Le comentaba que no solo los médicos nos apartamos de mucho de lo que nos compete íntimamente, ya sea el trabajo o la familia, y ni eso lo reconocemos a tiempo para corregir.
Con la fotografía, el documento visual se hace, como dijera Henri Cartier-Bresson, “poniendo la cabeza de uno, el ojo de uno y el corazón de uno, todos en el mismo eje”. Es estar listo para lo que va a ocurrir en el siguiente momento y hacerlo eterno. En eso consiste “el momento decisivo”, no lo construye, lo descubre. Cuando veo las películas de su andar es fácil darse cuenta de su distracción en la búsqueda de instantes, cómo husmea entre las gentes y, al mismo tiempo, se mantiene cerca y fuera. Estar atento a lo que ve venir lo aparte de todo lo demás, lo distrae de su derredor y, al mismo tiempo, lo acapara, lo incluye mientras anda. Así se funciona con una cámara rangefinder, enfocada en el interés e interesado en lo que entra y sale del cuadro. ¿Qué hizo esta cámara por Cartier-Bresson y qué hizo Cartier-Bresson por esta cámara? Cada par de ojos nuestros logrará lo mismo; solo hay que enseñarlos a mirar.
Sin embargo, nuestro código vital es diferente. No mirar sino ver, como la luz del flash que alumbra y enceguece. No salir del círculo estrecho, que tampoco medimos para darnos cuenta lo corto que es su radio. No oír el viento, me decía el colega; no sentir la brisa, le decía yo. Como anosmia, me decía; no oler el tiempo, le comentaba. Ese divorcio de lo que nos rodea es el mismo divorcio que nos aleja de los otros y del otro. Una forma de abandono, que tampoco dejará la calidad de lo efímero, porque la vida es muy corta y nos hace duros de corazón, primero ante los asuntos de las gentes y después, de los asuntos de los nuestros.
Y volvía la conversación a la sociedad del cansancio, a la epidemia del narcisismo, a la indolencia antiética de quienes prometieron gobernar y optan por un obsceno clientelismo calculando retornos electorales, o retornos de dineros de campaña a los que tienen descosidos los bolsillos por excesos de monedas en ellos, o jactarse del descubrimiento que justificaría secuestrar la beca estudiantil por ausencias a clases durante pandemia, o burlarse del enfermo que se muere sin la píldora que no encuentra o no puede pagar. ¡Qué fotografía tan fea!, solo queda repetir, ante el linchamiento de la paciencia y la dignidad. 30/06/2022
Publicado por el diario La Prensa, de Panamá
Anabella
3 agosto, 2022 at 2:21 pmQué escrito tan lindo! Nos enseña la importancia de buscar la capacidad de estar afuera y adentro de las experiencias cotidianas para lograr comprender sus raíces y vivir mejor al mismo tiempo. Felicidades