- Ago 15, 2016
- Pedro Vargas
- Bioética, Cultura médica, Identidad de Género, Lecturas Bioetica, Otras Lecturas, Salud Pública, Sexualidad
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La educación es un derecho de todos los ciudadanos y, cierto es, no tiene un aula exclusiva ni un maestro de maestros. Esto la convierte en un riesgo, pero un riesgo inferior al riesgo de crecer sin conocimientos y, peor, sin formación.
La educación de la sexualidad humana también es un derecho, porque el hecho de que sea “de la sexualidad”, no se lo secuestra; y, porque la sexualidad humana, innata y don, no se puede ignorar por temores infundados. Lo de infundado tiene sus orígenes primigenios y no entro en esa discusión, donde las religiones, también milenarias, fueron el molde de comportamiento para la sobrevivencia de las sociedades, algo que hoy se cumple otra vez, pero en la dirección opuesta. No por ser religiones, sino por ser dogmáticas. No por no ser elásticas, sino por ser rígidas. No por ser hechura de santos, sino de hombres; no porque avanzan, sino porque se estancan.
Las marchas contra la educación no solo son multiplicadoras sino que también son multiformes. Han sabido tocar sus organizadores –seguramente bien subvencionados- lo más vulnerable del ser humano: sus sentimientos ocultos por sus hijos y por las familias. Y digo ocultos, porque cuando en un país como el nuestro, más del 70% de las familias “tradicionales” son enfermas, entonces se han ocultado -para las marchas- las razones y orígenes de esta descomposición -si descomposición es- de la familia panameña. El abandono de los hijos es el abandono de las responsabilidades. El maltrato e irrespeto a las madres es el maltrato e irrespeto a las mujeres.
¿Por qué en una cruzada de educación y de formación a nuestros hijos, se enarbola el “slogan”: “no te metas con mis hijos”. Eso me recuerda aquel de las mujeres que reclaman libertad en sus decisiones sobre su sexualidad y su capacidad procreativa: “con mis tetas no te metas”. Curiosamente, entre los mismos grupos que se enfrentan en otras situaciones se reparten los mismos lemas de batalla. O sea, sirven para unos y para otros, pero el del medio, el hijo o el niño, “que se joda”.
En el proyecto para nuestros hijos y nietos no se le usurpa la responsabilidad a los padres de la educación de sus hijos y, mucho menos, se pretende reemplazarles su rol en la educación sexual. Pero tenemos que entender que a una formación informal sobre este tema, como es la de los padres, se la debe fortalecer y con ella a la persona humana –sus valores, su cultura, sus creencias- con una formación formal, multidisciplinaria, que es la que se debe ofrecer con currículos más completos, estructurados en la ciencia y en el humanismo, y transitados por los caminos de los conocimientos de la psicopedagogía. Educar en los Derechos Humanos hace mejores hombre y mujeres en un mundo moderno, hace mejores ciudadanos.
Lo resumo, educar en el respeto a la dignidad de las personas es educar en la equidad y no puede ser dañino. La educación formal de la sexualidad no solo es un repaso de genitales y técnicas –eso lo ofrecen burda y libremente medios morbosos utilizados para establecer diferencias o esclavizar en la pobreza- sino que es una formación en derechos humanos para construir ciudadanos.
(publicado en el diario La Prensa, el domingo 15 de agosto de 2016)