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Le he dado muchas vueltas a escribir sobre esto. Acabo de regresar de La Habana, Cuba. Es importante el énfasis. No fui a ver playas ni cabarets. Quería caminar y conocer La Habana, como un fotógrafo de calle, como un estudiante del comportamiento humano. Dispuesto a sorprenderme. Fui con uno de mis hijos, también amante de la fotografía documental, la antropología y la sociología. Fui a conocer lo “que se acaba” con “la apertura”, que contrario a lo que creían los fanáticos no va a cambiar la Cuba en el abandono ni el abandono de Cuba.

 

Caminamos La Habana muchas horas, todos los días. Nos quedamos en un hotel con memorias y descuidado pero bien situado en el “distrito de negocios” de Vedado, la parte moderna que un día llamaron “el distrito de la mafia” pero que no representa lo que vimos más tarde. No nos montamos en un bus de turismo para los europeos y los gringos. No fuimos a las playas para turistas sino que visitamos los barrios donde “no traen a los turistas” –como nos dijera un taxista de cerca de 50 años de edad. Conocimos las galeras que se hicieron en Miramar, el otrora barrio de los ricos y pudientes, cuando las mansiones cambiaron de dueños y los nuevos dueños no tenía cómo mantenerlas. Un regalo revolucionario harto de demagogia e irresponsabilidad. Fuimos a “dos de los tres proyectos habitacionales que ha hecho la Revolución en 50 años” –Alamar y Cojímar- y que “solo sirven para dormir”, como nos acotara otro cubano, taxista de turismo, o para acariciar los huracanes.

 

Cuba no es hoy el producto del bloqueo. Esa es propaganda de los cansados marxistas para justificar el fracaso de la Revolución y, lo que me hizo exclamar a mí: “esto es un fraude”. Cuba no es hoy tampoco el producto del fracaso del otro experimento en Venezuela, que tiene a su pueblo agonizando entre el hambre y la enfermedad, entre la cárcel y el asesinato: el chavismo marxista y la falsificación madurista. No, Cuba es el producto de un engaño. De eso que ocurre cuando te quieres acomodar, cuando te gusta el enriquecimiento a costa de las carencias o propiedades de otros. En Cuba no se rasó en el bienestar y mucho menos en la felicidad; no se rasó en la equidad ni en la mejor distribución de las riquezas. En Cuba se rasó en la pobreza y en la distribución equitativa de ella, para que no se notaran las diferencias. Los valerosos comandantes de gestas heroicas en la Sierra Maestra se doblegaron, cuando no los encarcelaron o los asesinaron. Lo cierto es que nadie supo contestarme la pregunta: “dónde viven los comandantes”.

 

En la Habana Vieja y en la Habana Centro nos metimos en sus zaguanes y en sus casas, en sus calles destrozadas y sobre sus aceras, esquivando los pies y piernas de sus gentes viejas, mujeres o niños cuando no hombres coetáneos con el triunfo de la Revolución, sentados en las entradas de sus casas hacinadas y pobres; vendiendo zapatos viejos, un cigarrillo o una esperanza. Conversamos con la gente sin subterfugios hasta donde nos permitió la miseria. Les interesaba más que fuéramos a comer a los Paladares y a comprar tabaco y ron a las Cooperativas, un espacio que “nos ha dado la apertura de Raúl” -todo aprendido de memoria como un libreto salido de las filas del partido- “para que podamos vender tabaco y ron a mitad de precio y con los papeles en orden para que no les molesten en el aeropuerto”. Curiosamente, ningún resentimiento contra el Comandante que nunca permitió tal apertura.

 

Sin haber visitado el resto de la isla, con el solo espectáculo de esta ciudad, en Cuba la miseria es cotidiana, el abandono es la tónica, la pobreza es la forma de vivir. Aquí están los que no pueden irse o que no saben cómo defenderse en un mundo competitivo. “Aquí tenemos educación y salud”, me decía la misma persona que acusaba su hígado graso a la mala comida, «y eso es suficiente». “Aquí se come mal, todo lo que se come es cerdo”. Yo le increpé que si no sería que le gustaba mucho el ron y él me decía –quizás verdad, quizás bien aprendido- “no, mi hígado graso es por pobre nutrición”. Le pedí que me llevara a un centro de salud en Alamar. La consulta era exigua como las facilidades. La escuela, igual que todas las estructuras: feas sus fachadas, en ruinas sus estructuras, denso el aire y lento el viento, como la Comala infernal de Rulfo.  Algunas gentes deambulaban como fantasmas y los espacios vacíos les eran enormes, amplios, lúgubres.

 

La seguridad por donde anduvimos, calles y barrios de una pobreza inimaginable, no nos preocupó porque –como nos dijeron en el aeropuerto a la llegada- «aquí la mitad son policías o soplones». Sin embargo, sí sorprendió a alguno que le comentábamos en el hotel donde habíamos estado, que no nos hubieran hecho daño o que fuéramos tan arriesgados y valientes. Las palabras mágicas eran Panamá, General Torrijos, Blades. Nunca miraron nuestras costosas cámaras planeando nada. Total, nadie les daría ni un peso, ni un CUC, ni un euro y menos, ningún dólar. Esto sugiere que la pobreza no es el disparador del robo o el asalto sino la existencia de quienes compren lo robado.

 

Al leer el Knockout del día de hoy (3 de diciembre de 2017) en el diario La Prensa, donde el líder sindical –no gremial- Genaro López, aparte de estar satisfecho porque “por lo menos generamos descontento”, trata de proteger los desafueros inhumanos, económicos e inmorales de Hugo Chávez y de Fidel Castro, pude recordarme cuando al celebrado escritor portugués, José Saramago, le preguntara el periodista Jorge Halperin por qué seguía reivindicando a los “desmoronados marxistas históricos”, y contestó con una levedad rayana en el delito: “porque soy un comunista hormonal”, “por una hormona que me impone una obligación ética”. O, como cuando recientemente aquí en Panamá, el Presidente Mujica dijera que Chávez fue un soñador y Maduro un impulsivo con mala suerte.

 

La obligación ética, aún ante el miedo, es con la verdad: el marxismo tradicional en Latinoamérica no distribuye la riqueza sino la pobreza, no respeta las libertades sino las arbitrariedades; tuerce la historia con la mentira y el exterminio de sus oponentes, ya sea en las cárceles o en los cementerios. Hoy estoy convencido que quienes quieren para sus conciudadanos países como Cuba y Venezuela, o son analfabetas o son traidores. Y, aún así, el cubano que quedó es amable. 4/11/2017

3 Comments

    • Jaime Raúl Molina Reply

      4 diciembre, 2017 at 4:21 pm

      Extraordinario escrito, doctor. La trillada romantización de la dictadura cubana como una ‘revolución’ abunda en América Latina y Europa. Mucha falta hace que hombres como usted hagan lo que hizo, visitar Cuba y hablarnos de la verdadera Cuba, la que viven los cubanos y no la de las postales y los discursos para la exportación.

    • Ruperto Palma Reply

      15 diciembre, 2017 at 2:06 am

      Si así es tal cual lo narra Pedro , pienso se quedó corto en sus descripciones , tengo amigos médicos que viven como dicen ellos en su propio laberinto y se aíslan de todo lo que no pueden vivir y soportar en su entorno tan gris y sin futuro.Tengo que resaltar que el cubano tiene creatividad natural que es producto de sus necesidades básicas , el trata de vivir el dia a día el no piensa en el futuro el vivie el presente pues el trata de sobrevivir antes las circunstancias vivenciales reales , el aún sonríe y hace reír a la gente con su música , con sus afectos , con su amistad incondicional , son gente rara que a pesar de sus circunstancias son felices a su estilo….lo que puedo decir hace un año que los visité es que sientes tristezas al despedirse de ellos pues tienes la sensación que los dejas en una cárcel sin futuro y te llevas sus miradas tristes en tu alma .es tal cual lo que sientes ….La verdad Cuba es una gran cárcel, que vives en una sociedad piramidal el de abajo está abajo y el que está arriba está arriba y punto, o sea es una sociedad secuestrarda por un grupo de hombres civiloides y un grupo de hombres seudomilitares que imponen las reglas del juego para vivir y punto ….y ese cáncer intenta regarse en Latinoamérica en forma agresiva y peligrosa, y ya lo estamos viendo en ca y en suramérica ….Hay que defender a ultranza el no caer en esas trampas sociales de estos regímenes que lo único que traen es atraso y miseria …..

      • Pedro Vargas Reply

        10 febrero, 2018 at 3:49 pm

        Tú también lo viste sin largavista promocional de turismo o de ideologías.

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