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Los hospitales, como las gentes, son reacios a los cambios. Y, si los cambios implican inversiones no recuperables o muy lentamente recuperables para la empresa hospitalaria, hay que “ensillar un gallinazo” para lograrlos.

 

Contrario al popularizado estribillo, y no bien entendido o no entendido de ninguna manera, no es un asunto de humanismo de moda el concebir unidades neonatales con mayor participación de la familia, aún en situaciones donde se exige un cuidado intensivo especializado, sin exponer la salud y seguridad del binomio madre hijo.  

 

La relación humana respetuosa hacia el otro; basada en escucharlo y atenderlo en sus necesidades subjetivas y emocionales, intelectuales y cognitivas; comprensiva y coherente con el interés de ayudar a prevenir, a curar y a restablecer haciendo el menor daño posible o ninguno; y, que logra satisfacer esa confianza en una práctica científica, basada en la evidencia probada, es lo que cumple con el humanismo. Lo demás es charlatanería.

 

Cuando los pacientes y los padres -en el caso de las unidades de parto y de recién nacidos- gozan de una experiencia única y agradable, la noticia se disemina a favor de lo que ese hospital hace por sus pacientes y por los bebés.

 

Esa experiencia única no es un experimento. Esa experiencia única no es una moda. Esa experiencia única no es una receta ni para todos ni para nadie. La experiencia única es -al momento de iniciar el nacimiento de un nuevo hijo o el primero- participar ordenadamente del mismo, pero no como una fiesta con algarabías e invitados de todo tipo sino en la intimidad y alegría de la familia, mientras se permite un gozo para cada cual.

 

Por eso somos partidarios de que si en la enfermedad y en la muerte reconocemos el valor de la compañía familiar para el paciente, ¿por qué no facilitar ese principio durante eventos hospitalarios en salud, como los que rodean el nacimiento de un bebé? ¿Quién puede estar contento si a su hijo o a su padre o madre con cáncer, “las normas” lo aíslan de la más preciada compañía de la familia inmediata? ¿Quién ha probado que la enfermedad tiene mejor curso cuando se hace solo? Ni siquiera en pacientes inmunológicamente deprimidos. Ahora, menos recursos semánticos de aislamiento se tienen cuando se trata acompañar a una madre al nacimiento de su hijo, cuando se trata de que los nuevos padres gocen de la presencia continua de su nuevo bebé, en el mismo lugar donde permanecen mientras dura su hospitalización.

 

Esto, igualmente para las unidades de cuidados intensivos de neonatos (UCIN) donde permitir la participación de los padres en el cuidado de su recién nacido enfermo o prematuro, disminuye el tiempo de hospitalización de éste o aquel (Nurs Adm Q. 2009;33:32-7), lo que indica el factor favorable de esa participación, incluso para el desarrollo de esos niños.

 

Los padres no tienen por qué llegar a casa con un nuevo niño sin el equipaje inicial para resolver los primeros interrogantes. La estadía hospitalaria conjunta les permite conocer a sus bebés desde bien temprano, conocer sus horarios de estar despierto y dormido, de cómo acompañarlos en las situaciones de stress que viven cada día estos niños sanos, enfermos o muy prematuros. ¡Claro que habrá que ir educando a los padres!

 

Es tiempo para que empecemos a pensar en las UCIN que los padres no son visitas, o que dejemos de pensar que son extraños al cuidado intensivo, que son un estorbo. Para las enfermeras los padres no son sus pacientes; ellas desconocen cómo tratar sus reacciones más naturales y predecibles. Pero las enfermeras están atentas para ayudar a los padres y ellas pueden detectar elementos que alertan de riesgos que hay que evitarle a estos niños. El nerviosismo, la agresividad, el aliento a alcohol o marihuana, el desconocimiento, la cultura innata todo eso puede ser detectado en esta relación que se le facilita al personal de salud cuando los padres son participantes del cuidado de sus hijos. Para esto se requiere de educación para el personal de los hospitales y de estas unidades y, para esto, se requiere de la ayuda contable de los administradores de los hospitales, de sus Juntas de Regentes o Consejos Directivos.

 

No es infrecuente en las UCIN reconocer que existe más apego al niño enfermo o prematuro de parte de la enfermera que de los padres. Es algo que nosotros, quienes celosamente trabajamos en estas unidades, hemos favorecido con nuestras estructuras ancladas en la prevención de infecciones. No hemos hecho nada que evite más tarde negligencia y maltrato de ese niño o niña.

 

Es extraño que quienes trabajamos en esas unidades no reconozcamos la validez de la pregunta recurrente “mi niño está bien”; o, peor, que no seamos empáticos con la tristeza y el llanto o las lágrimas de los padres que tienen “que dejar su niño” en el hospital cuando la madre ha sido dada de alta. Y, ¿qué del miedo natural de esos padres, o de su rabia? Incluso, ¿de su lenguaje áspero o su mirada desconfiada? ¿Cuántos neonatólogos, pediatras y enfermeras descubrimos en ellos los sentimientos de culpa y cuántas veces nuestros comentarios impropios los reviven? Cuando a ese niño que habita una UCIN lo cuidamos con esmero recordemos que el esmero de los padres no es menor. Podemos ser fáciles testigos de ello, tenemos que permitirle a ellos su continua presencia. Otra vez, validemos esto de que los padres no son visita.

 

 

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