- Nov 2, 2016
- Pedro Vargas
- Adminstración de Salud, Bioética, Otras Lecturas, Salud Pública, Sexualidad
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En ocasiones no escasas, el áspero encuentro y desencuentro de opiniones con respecto al no negociable derecho de niños, jóvenes y adolescentes a una educación integral -incluida la de la sexualidad humana- ha permitido que descubramos lo amplia que es la ignorancia en este asunto y, de paso, lo atrevida.
La mentira, la desinformación, el insulto personal, las amenazas físicas, todo lo más feo en el carácter y la personalidad humanas, también han sido liberadas en todos los medios y redes de comunicación, por nacionales y extranjeros. Solo obliga y resta levantarnos sobre esos restos putrefactos de la condición humana para no contribuir o seguir contribuyendo a la opresión que se somete cada día a los pobres de nuestros países. Opresión, muy lejos de las enseñanzas sobre el amor al prójimo y la misericordia, pero que incluso se mantiene de la mano del magisterio cristiano. Una contradicción absurda y, afortunadamente, no universal entre los creyentes.
Es imperativo aclarar el escenario ante tanta burda contaminación. Podemos decir que existen 3 ofertas sobre qué enseñar en cuanto a la sexualidad humana: (1) Abstinencia hasta el matrimonio; (2) Educación integral; y, (3) Educación holística. Esto indica que se reconoce la sexualidad humana, primero, como innata a todo ser humano; y, segundo, que es la sexualidad, la más regulada de todas las actividades humanas, en todas las culturas, como lo señala Miguel Ángel Sánchez González[1]. Como tal, tampoco puede admitirse que sea –contrario a una virtud- un vicio, o un instrumento de faltas o pecados, ni un proyecto humano inferior –de pasiones concupiscibles- como lo consagró en su momento la tradición filosófica naturalista.
Podemos preguntarnos, sin aparentar desconocimiento elemental, ¿por qué la necesidad de la educación de la sexualidad humana?
Los elementos o los acontecimientos que han disparado la actualización de este deber de educar y de este derecho de recibir educación sobre la sexualidad humana, son universales y son graves. También tienen varias décadas de estar presentes en nuestras sociedades. Por un lado, como bien lo señala Sánchez González, la globalización de todo, y, con ella, el auge y el aumento de las migraciones de grupos sociales y poblaciones vastas, con diferentes costumbres y culturas, religiones, creencias y comportamientos. Por el otro lado, el rápido e indiscriminado acceso a la información y a la desinformación a través de redes sociales y telefonía portátil. Y, no menos importante, el efecto sobre la salud pública de una sexualidad violentada, desconocida, irresponsable, con los resultados de embarazos precoces en niñas y adolescentes; el aumento de abortos inminentes -como resultado de la pobre salud reproductiva de niñas y mujeres aún en desarrollo y crecimiento- y de abortos criminales -el resultado del imperio de la fuerza y dominio del adulto que delinque; el incremento y la diseminación peligrosas de enfermedades de transmisión sexual de alta morbilidad y mortalidad, como son las producidas por el virus de inmunodeficiencia adquirida, las del virus de la hepatitis B, y las del cancerígeno virus del papiloma humano. A ello se suma, como si no fuera suficiente el balance negativo, el aumento del abuso sexual en niños y adolescentes, de la prostitución, de la deserción escolar y, la acentuación de la pobreza.
Antes de los 16 años, 80% de los muchachos y muchachas nuestros ya han tenido su primera relación sexual, un fenómeno sociológico de múltiples causas. Entre mujeres, la infección por el virus del papiloma humana se adquiere en el 70% de ellas, durante los primeros 2 años de relaciones sexuales y se ha calculado que cada día, hay en Panamá, 14 nuevas mujeres infectadas por este virus cancerígeno. En los primeros 6 meses de este año de 2016, solamente en información estadística del Ministerio de Salud, el 32% de las 18,360 mujeres embarazadas, 5,856, eran adolescentes, es decir, que cada 44 minutos una adolescente entre los 10-19 años de edad queda embarazada en Panamá.
El fácil y eficaz acceso a información informal de lo sexual a través del cine, la televisión, las revistas y periódicos de circulación libre abren un espacio sin visibilidad suficiente a noveles comportamientos en el ámbito de la sexualidad sin capacidad de discernir sobre cómo manejarla de forma segura, saludable, placentera, puntual, productiva, y no solo reproductiva. Si a esto sumamos la limitada capacidad de una importante mayoría de los padres y de los maestros para proveer una formación integral sobre la sexualidad, entendemos entonces el escenario desfavorable donde el niño y el adolescente crecen y crecerán.
El profesional de la medicina y particularmente el pediatra, reconociendo que no es fuera de su esfera de influencia que se da el grueso de la “educación” de la sexualidad en la juventud, tiene que confrontar esta situación, porque los problemas resultantes son de salud pública. Es así como tenemos la obligación con nosotros y con nuestros pacientes y familias de formarnos óptimamente en este tema sin dejar de reconocer que no se trata solamente de una educación formal de ciencias biológicas, porque ella por sí sola, no forma en sexualidad humana sino que compete también a la discusión y consideración de valores y creencias en la sociedad que vivimos.
Es quizás esta la arista más difícil de asimilar por los grupos que consideran que no hay que educar en sexualidad a los niños, que ellos aprenden con el tiempo -sin preguntarse esos padres de qué forma o de quiénes lo aprenden- o, incluso que la educación de la sexualidad es responsabilidad de los padres y no del Estado. Es difícil primero, reconocer que no estamos preparados como padres para tal educación formal. Lo más lejos que llegamos es a una educación informal, incompleta, muchas veces tímida y, la más de las veces, equívoca. Aprendida de la misma forma que la aprenden nuestros hijos, en la calle. Pero también se dificulta entender que a través de la formación en sexualidad humana se están formando hombres y mujeres en derechos y en deberes humanos, en respeto a la dignidad de la persona, en la aspiración natural a la equidad entre unos y otros.
Existe una especie de bloqueo mental de los grupos que se oponen a la educación sexual escolar, al no reconocerle a la educación integral, como a la formación holística de la sexualidad, que ellas forman en derechos humanos, en respeto a la dignidad, nutrida en información científica veraz y objetiva, donde la abstinencia como el uso del condón tienen su lugar y su importancia. La diferencia radica en que aquellos solo educan en abstinencia hasta el matrimonio, lo que ha sido demostrado, no es suficiente, no cambia las onerosas cifras de resultados impropios de la sexualidad desconocida o violentada, y no es consistentemente honrada por quienes juran abstinencia hasta el matrimonio[2].
Por ejemplo, Estados Unidos invirtió desde 1997 hasta algo antes del 2009, mil quinientos millones ($1,500 millones) de dólares en estos programas de AOUME (Abstinence Only Until Marriage Education). Durante todos esos años, los EEUU continuaron liderando a todos los países del mundo industrializado en embarazos indeseados entre jóvenes de 15-17 años de edad. El 88% de ellos no cumplieron el compromiso de virginidad. Las enfermedades de transmisión sexual (ETS) fueron similares entre aquellos con y aquellos sin el compromiso de virginidad. Entre los que juraron virginidad fueron menores los números de aquellos que tuvieron coito sin protección como también fueron inferiores las cifras de exámenes para las ETS. Por otro lado, bajo el proyecto de Educación Integral o Comprehensive Sexual Education (CSE) y entre jóvenes de 15-19 años, se registraron en su momento un 50% menos posibilidades de embarazos, 40% demoraron la iniciación de actividad sexual, 40% redujeron el número de compañeros sexuales, 40% utilizaron condones y anticonceptivos en sus relaciones sexuales, 30% redujeron la frecuencia de las relaciones, incluyendo volver a la abstinencia, 60% redujeron relaciones sexuales sin protección y hubo mejor estado de salud y mejor rendimiento académicos entre estos estudiantes. Es reconocido que la rata de nacimientos entre adolescentes de 15-19 años ha continuado disminuyendo a los largo de los años y está en este momento en su histórico bajo[3]. Esta declinación es grandemente debida a estos programas integrales que le enseñan a los adolescentes a demorar su iniciación sexual y al aumento del uso de condones y anticonceptivos, particularmente los anticonceptivos reversibles de larga actuación (LARC)[4],[5].
La formación en sexualidad humana es multidisciplinaria. Los pediatras tenemos nuestro rol basados en el contrato de fidelidad que establecemos con los pacientes desde el primer encuentro. Como pediatras tenemos que comenzar a facilitar que nuestros consultorios reciban sin extrañeza ni sorpresa pacientes nuestros que ya dejan entrever las variaciones normales y propias de sus preferencias sexuales y de sus identidades de género. Tenemos que aprender un vocabulario nuevo y nuevas definiciones. Tenemos que ser receptivos, ser respetuosos con las diferencias y los diferentes, no convertirnos en jueces ni emitir juicios sin misericordia ni conocimiento. Más que en cualquier otra circunstancia tenemos que escuchar antes de hablar, sanar antes que enfermar, honrar la privacidad y la confidencialidad antes que diseminar información delicada y personal de nuestros pacientes. Hoy tenemos que recrearnos más atractivos, más aceptables, más eficientes a las demandas de nuestros pacientes jóvenes. Tenemos que constituirnos en su apoyo para que desarrollen su identidad sexual, su identidad de género, sin temores a ser matoneados. No aspiremos a reemplazar a los padres o a los maestros, aspiremos a cumplir nuestro rol como agentes docentes de la prevención de enfermedades, con carácter higiénico y científico, para no faltarle a los derechos humanos de nuestros pacientes.
La práctica médica puede jugar un papel significativo en la reducción de embarazos en los adolescentes. Es necesario, sin embargo, conocer aspectos del adolescente que dificultan que ellos reciban una adecuada atención médica y formación. El gran obstáculo lo sigue siendo el acceso restringido que tienen los menos privilegiados a los servicios de salud, aún con el favorecimiento de políticas sociales amplias. Pero, hecha esta consideración, la barrera más eficaz para que el adolescente reciba atención es la desconfianza de éste en que se proteja su privacidad. El respeto a la confidencialidad se convierte así en la garantía de un acceso apropiado a los servicios de salud y, su no honramiento, aleja eficazmente al adolescente de tales servicios, particularmente a aquellos que están en alto riesgo de embarazos no deseados[6]. Los adolescentes que además sienten que se les trata con respeto y confianza, con más certeza irán en busca de atención y cuidado médicos.[7]
Es hora de que los médicos pediatras tomemos las riendas de la formación y manejo de la sexualidad de los jóvenes, tanto de aquellos en alto riesgo de resultados onerosos, como de toda la población que tiene acceso a nuestros servicios, tanto en la actividad pública como en la privada del ejercicio humanista, profesional y ético. El rector de la salud nacional, el Ministerio de Salud debe facilitar y vigilar esta nueva avenida de la atención integral.
[1] Sánchez González MA: Bioética en Ciencias de la Salud.Elsevier Masson. España 2013
[2] Advocate for Youth, Septiembre 2009
[3] Bhuiya NS, Crowley J, Fletcher E, Péerez McAdoo S et al: Enhancing Adolescent Reproductive Health Services: Assessment of Health Care Practices in Holyoke and Springfield, MA Engaged in the Youth First Initiative. J Health Care for the Poor and Underserved. 2026.27:459-509
[4] Santelli JS, Lindberg LD, Finer LB, et al: Explaining recent declines in adolescent pregnancy in the United States: the contribution of abstinence and improved contraceptive use. Am J Public Health. 2007 Jan;97 (11):150-6. Epub 2006 Nov 30. http://dx.doi.org/10.2105/AJPH.2006.089169
[5] Boonstra HD: What is behind the declines in teen pregnancy rates? Guttmacher Policy Review. Summer 2014;17(3):15-21
[6] Lehrer JA, Pantell R, Tebb K, et al: Forgone health care among US adolescents: associations between risk characteristics and confidentiality concern. J Adolesc Health 2007 Mar;40(3):218-26. Epub 2006 Dec 14. http://dx.doi.org/10.1016/j.jadohealth.2006.09.015PMid:17321421
[7] Tylee A, Haller DM, Graham T, et al: Youth-friendly primary-care services: how are we doing and what more needs to be done? Lancet. 2007 May 5:369(9572):1565-73 http://dx.doi.org/10.1016/S0140-6736(07)60371-7