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Las carencias en la atención de la salud han sido siempre señaladas, en algún momento u otro.  La intromisión de la política partidista en los aspectos administrativos de la rectoría de la salud, no necesita énfasis, como tampoco, el resultado de tal intromisión.  Sin embargo, es de una imprecisión y de un grado mayúsculo de injusticia, no solo no reconocer la labor sino demeritarla, del funcionario que hace el trabajo en el engranaje extenso y no bien lubricado, de la atención.

 

La atención de la salud resulta de la participación de un número variado de profesionales y de técnicos, y no solo de administradores.  En la actual crisis debido a los estragos de la pandemia, el conductor de la ambulancia cumple a cabalidad con una función que otros solo ven desde el cómodo sillón de su casa; los técnicos y profesionales de los sistemas de transporte del enfermo, sean enfermeros, sean terapistas de la respiración, sean médicos de transporte, se han comprometido hasta el tuétano de sus huesos y su salud, con el paciente enfermo que se asfixia, cuyos temblores de fiebre lo sacuden de la camilla, o que apenas si tienen aliento para vivir. Qué fácil es criticarlos cuando van y regresan con el enfermo porque no hay una cama, porque no hay un respirador, porque no hay un tanque de oxígeno o una máscara para oxigenarlo.

 

No entremos al escenario desconcertante que enferma el cuerpo y la mente de todo ese personal que diariamente confronta cada nuevo intento de muerte, de todos los pacientes en las unidades de cuidados intensivos, donde ya no caben ni siquiera reemplazando el sitio del que ha fallecido.  Ese escenario, que no parece necesario retratar a cada rato para entender por qué la responsabilidad de la crisis es de todos, debiera por lo menos traerse a la mente cuando se trata de encontrar la mejor respuesta a otra carencia.  No preguntemos siquiera cuántos de ellos ya no están o están enfermos y alejados.  No preguntemos cuántos de ellos buscan de otra manera, cómo llevar algún alimento a los suyos o cuántos optaron por sus familias para cuidarlas, porque tampoco encuentran dónde hospitalizarlas, bajo el cuidado de quién dejarlas.

 

El “parqueo” en el barrio o en la cubierta de yates, no nos recuerda la libertad de reunión, ni la de tránsito, y, mucho menos la de expresión.  Estas libertades nos son innatas.  Quizás nos recuerdan qué pobre es y ha sido nuestra educación en cívica y humanismo, en equidad y en solidaridad.  Las extravagancias de las comidas lucidas en las redes, los ruidos y las luces de los fuegos artificiales y los cohetes, los escándalos de las reuniones familiares, definitivamente que ocultan y opacan el hambre, el dolor en las familias de sus pérdidas en ausencia de la compañía que todos anhelamos, la sombra que necesitamos para el luto.  Solo algo de respeto, solo este año, solo por un momento.

 

Es más fácil quejarse del número telefónico que no contesta, que marcarlo cuantas veces sea necesario, para extenderle la mano a quien lo necesita. Es más fácil la magia que la ciencia, aunque con aquella, se agregue sufrimiento, se creen esperanzas falsas y demoras o retrasos que cambian las respuestas y los resultados.  Es más fácil quejarse de la demora de un resultado de un hisopado gratis, que usar el hisopado negativo como pasaporte para el paseo, la reunión familiar, la salida innecesaria.  Y, no importa cuántas reuniones y salidas, para todas tengo el dinero para pagar el hisopado, para comprar medicinas no probadas para el Covid-19, que otros necesitan paras sus usos probados, contactar al doctor que me va a curar, a pesar de mis impertinencias o hasta que lo desobedezca.

 

No podemos a esta altura de la pandemia, cambiar su curso de inmediato, ni siquiera si optáramos por fortalecer el sistema de salud nacional, arrebatándoselo al comercio de la enfermedad, que no es patrimonio exclusivo de los gobernantes de turno, ni de los empresarios de moda, ni de profesionales de la medicina y afines, cuyos nuevos rumbos han descubierto ahora.  Es el tiempo para ayudar a ese que no contesta prontamente el 169, a aquel que conduce una ambulancia con una o dos cruces rojas, al técnico que respira por el paciente con una bolsa de anestesia o con un tubo nasal para el oxígeno, a la enfermera que canaliza venas vencidas en la urgencia de dar un medicamento, al médico que lleva 20 horas de pie y no accede al sueño, por pura devoción a su trabajo.  ¿Cómo lo hago? Cuidando al otro desde mis actuaciones, respetando las labores del personal de salud.

 

En Panamá, la mayoría de los profesionales de la medicina y de los trabajadores de la salud no son exclusividad de la medicina pública o de la medicina privada.  Lo que ocurre es que el número de camas en el sector privado es mucho menor que en el sector público, lo que ejerce una mayor presión sobre los recursos disponibles, materiales y humanos, en el sector público, donde tiene que acudir el grueso de la población enferma.  Sí es cierto que, frente a la ausencia de un médico de cabecera en el sector público, el manejo temprano de la enfermedad se hace difícil.  Y, en cualquier enfermedad, el manejo temprano y certero hace la diferencia en el resultado.  Pero más difícil lo hace un ciudadano irresponsable, egoísta, prepotente.

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